jueves, 14 de diciembre de 2006

Declaración de un "infiltrado"

Por Andrés Colmán Gutiérrez - andres@uhora.com.py

Está bien, lo confieso. He sido descubierto. No me queda más que admitir mi culpabilidad. Para el Gobierno de la República del Paraguay, soy un "infiltrado". Uno más entre cientos o miles de ciudadanos y ciudadanas que el martes pasado sentimos en carne viva toda la indignación ante el grotesco y patético fallo de la Justicia en el caso Ycuá Bolaños, y expresamos de muchas maneras nuestra solidaridad con las víctimas.

Está bien, qué le vamos a hacer. Aparentemente no tenemos escapatoria. Ya lo dijo el propio ministro del Interior y lo repitió el vocero de la Policía, comisario Santiago Velazco. Como diría Les Luthier: ¡Nos descubrieron, al fin nos descubrieron! "Estamos detectando en esta manifestación ya elementos infiltrados, gente que no forma parte del grupo de familiares...", dijo textualmente Rogelio Benítez la tarde del martes en Telefuturo, mientras sus policías respondían con pedradas a los ataques de los jóvenes exaltados, como si no fueran miembros profesionales de una fuerza de seguridad estatal, sino simples pandilleros de barrio.

Y como si sus palabras llegaran a través del túnel del tiempo desde la peor época de la dictadura stronista, el ministro insistió: "No podemos permitir que se perturbe la seguridad interna y el orden público, y menos por elementos contaminados, elementos infiltrados en esta manifestación, que tienen otros objetivos, no precisamente reclamar justicia...".

Sí, lo confieso. Como muchos de los que salieron a la calle, no soy una víctima sobreviviente de la más grande tragedia del Paraguay (fuera de las dos guerras). Tampoco soy familiar de ninguna de las 358 personas que se calcinaron vivas en esa monstruosa ratonera mortal, construida contra todas las reglas de seguridad. Por lo tanto, según el ministro Benítez, no tenía ningún derecho a manifestarme contra la injusticia de la Justicia. "Infiltrado".

Pero... ¿qué pasa si el fuego del Ycuá Bolaños no nos ha calcinado la piel, pero sí la conciencia? ¿Qué pasa si, desde el mismo día del trágico 1-A, nos duele el mismo dolor de quienes perdieron a sus seres queridos, de quienes perdieron no solo partes de su cuerpo, sino también de su alma, en ese infierno atroz que ni Dante hubiera imaginado? ¿Qué pasa si sentimos que en ese templo del dinero en el barrio Trinidad también se ha incinerado una buena parte del mismo corazón del Paraguay?

Sí, claro. Hubo manifestantes desbordados, que apelaron innecesariamente a la violencia y ocasionaron deplorables actos de vandalismo. También hubo oportunistas que aprovecharon el caos para cometer desmanes y saqueos. Deben ser debidamente individualizados y sometidos a la Justicia, al igual que los policías que cometieron abusos durante la represión y se ensañaron golpeando salvajemente a personas indefensas.

Pero convengamos en que la responsabilidad más grande es del Gobierno, que no tuvo la mínima capacidad de prever, ni de contener los desbordes, con un eficiente sistema de seguridad. Como es también una grave responsabilidad del Ministerio Público y del Poder Judicial, que pusieron al frente del juicio oral más grande e importante de la historia a fiscales y jueces de patética preparación, incapaces de responder a la altura de las expectativas no solo de la víctimas y familiares, sino de toda una sociedad que sigue clamando justicia, y que hoy tiene la indignada sensación de que, una vez más, triunfa la impunidad.

Así que, mientras el Estado paraguayo siga sin responder a los justos requerimientos del pueblo, no habrá más alternativa que continuar siendo "infiltrados", no solo en el caso Ycuá Bolaños,sino en todos los casos que demanden nuestra más legítima solidaridad, mal que les pese al ministro del Interior y al vocero de la Policía.

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