domingo, 8 de julio de 2007

INFILTRADA

Entre esa gente y yo hay algo personal

* Moli Molinas Cabrera

(Asunción, 6 de diciembre de 2006) Ayer por la noche el Comisario Santiago Velazco aseguraba que la calma había vuelto gracias a la policía y que los manifestantes no eran víctimas sino "infiltrados". Imagínate entonces unos secuestradores, o mejor unos pobretones cualquiera, criminales todos y cuyos derechos a nadie puede importar, total… los malos deben morir, es parte del final feliz, como en las mejores películas americanas.

En consonancia con el vocero policial y el Ministro del Interior, hoy mismo Juan Pío Paiva decía que Liz Torres, una sobreviviente del incendio, era una agitadora profesional, izquierdista (¡), que recibía plata del exterior. Tantos años de dictadura quitan la creatividad. Y además esa costumbre insana de pretender descalificar con la palabra comunista, izquierdista o infiltrada a las personas que participan, defienden una causa justa o se solidarizan con ella.

Entre esa gente y yo hay algo personal diría Serrat. Todavía hoy no consigo creer ni aceptar la brutalidad con la que un ser humano pudo mandar cerrar las puertas de su negocio (¡con las mercaderías aseguradas!) en medio de un incendio, mientras medio mundo movía cielo y tierra para abrir las puertas. Jamás imaginé ni puedo imaginar una situación más dantesca, montones de cuerpos como maniquíes rotos, quemados, silenciados, distribuidos en una cancha, como un campo de concentración.

No puedo olvidar, por ejemplo, la imagen de una mujer llorando sobre unos trozos indescriptibles de algo que ella llamaba su hijo, y yo me preguntaba ¿cómo puede estar segura?... Esa noche del 1-A me sigue pareciendo una pesadilla, con otra amiga buscaba el cuerpo de Soledad, la hija de Carolina, mi compañera y amiga, que también había muerto, "muerto" una palabra que no se puede asociar a ella.

También pienso en el dolor de Oscar, mi amigo del alma, cuya hermana con su esposo, sus dos hijos y su cuñada desaparecieron de un día a otro. Los restos de su hermana Angélica (37 a.) aparecieron 5 días después, los de su esposo Gustavo (38 a.) y su hija Mara (6 a.) 11 meses más tarde, los de la tía Vicky (28 a.) aparecieron recién en julio de este año. Los restos de Titito (9) no aparecieron hasta hoy, él es uno de las 9 personas desaparecidas a más de dos años de la tragedia. Desde ese 1 de agosto la casa quedó vacía, con el dibujo de Mara pegado en la heladera: la casa vacía, unas nubes y la perra Mayca sola, quién también murió de tristeza unos meses después.

Mi hermanazo Alfredo sobrevivió al incendio, dicen que es mi cuñado pero yo lo adopté como mi hermano mayor. A pesar de las cicatrices en sus manos y piernas, la palabra víctima es algo que tampoco se puede asociar a él. Alfredo y su esposa Liz (y mi hermanaza) se salvaron, lograron sacarles haciendo boquetes en la pared. Hoy uno de los acusados y dueños del Ykua Bolaños le llamó a Liz agitadora profesional. El otro quiso culpar a Dios desde el principio. Todo vale menos la justicia.

No puedo siquiera suponer el dolor de Don Prado, un viejito de Trinidad alto y fuerte como un lapacho, quien perdió a su hija Karina, y se la fueron entregando en pedazos, no resistió y murió también unos seis meses después. El dolor mata. En verdad no se puede contar todo lo que pasó, no alcanzan los días del año para casi 400 muertes. Felipe Palacios cuando presentó su libro "Marcados para siempre", le dijo a Luis -que estaba con nuestra hija Letizia de 3 años- yo antes tenía una hijita como la tuya y otras más grandes, pero ahora ya no tengo familia. Su cuerpo tiene marcas incurables, pero poco le importa si nadie puede devolverle sus hijas.

Yo estuve afuera, a mi no me pasó nada, ni un rasguño, tengo a mi hijita conmigo, yo no fui una víctima de ese fuego, pero tampoco estoy completa desde entonces. Y otras personas como yo también se sintieron tocadas, infiltradas…

Pasaron dos años y cuatro meses de ese 1-A y ayer Asunción se encendió y dolió de nuevo, aunque no hubo una sola muerte. Y eso sí importa y mucho. No quiero un sistema violento, donde prime la ley del más fuerte, no quiero golpes de Estado ni guerreros mesiánicos ni pena de muerte ni torturas, no quiero nada de eso, sólo quiero igualdad y justicia sin privilegios para nadie. Estuve ahí, infiltrada en el juicio por el que apostaron y jugaron sus esperanzas de justicia tantas víctimas. A pesar de los rumores de soborno, nadie quería creer, yo no creía algo así frente a tantas muertes.

Miré incrédula el momento en el que los dos jueces dictaminaban homicidio culposo, una calificación penal que se castiga con una pena privativa de libertad de hasta 5 años o multa. Y vi el dolor de la gente, como si la cancha del juicio y el campo de concentración de maniquíes rotos se juntaran por segundos, imaginé sólo un poco de la terrible desazón (yo era una infiltrada). Y me fui con la gente a las calles a pedir justicia, intenté calmar a un hijo sin padre tirando piedras contra los escudos policiales. Fui hasta al final, vi con temor el fuego encendido en las calles, vi cuando abrieron con rabia el portón del supermercado Ykua Bolaños.

Y en medio de todo esto vi al Estado-Policía golpear a la gente, dar patadas, atropellar con caballos, tirar balines a quemarropa, lanzar bombas lacrimógenas en una casa con niños, darle golpizas a una chica caída en el piso entre cinco oficiales cascos azules con cachiporras y escudos, garrotear y perseguir adolescentes huérfanos como si fueran asesinos, esposar y golpear a un canillita sospechoso de llevar diarios, escuché órdenes fuera de la ley, vi cuando apresaron a la gente arbitrariamente. Asunción estaba herida, rota, sucia, llorando, había un auto quemado, fuego, y todo eso me dolió, tanto como las patadas injustas de los policías, más que el ardor de las bombas de gas.

Yo era una infiltrada, aunque no tiré una sola piedra ni encendí ninguna barricada. Estuve ahí porque sentí en mi piel el dolor de esa gente, cuando le quebraron la cancha de la justicia. Había hasta abuelitas infiltradas, había vecinos infiltrados. Toda esa gente pensaba que las 400 muertes eran algo personal para cada uno y una. Hoy pensé que un Estado que utiliza la justicia como botín para el socio o el correligionario es de las peores bombas incendiarias que tiene el Paraguay, y que algo hay que hacer para recuperar la justicia y no solamente esta tensa calma. Habrá que infiltrarse entonces, reinventar la solidaridad, meterse, no callarse, porque la impunidad con la violencia nos hiere, nos apresa y nos mata.

(*) Por favor, la reproducción de esta nota deberá hacerse con permiso explícito de la autora. Consultar con molimolinas@hotmail.com

1 comentario:

Somos Todos Infiltrados dijo...

Permiso concedido! gracias Moli, por el valor del relato y la posibilidad de difundirlo